En el
post anterior hablábamos de las obsesiones, y una de ellas es la del
“trabajólico” o el que tiene la imperiosa necesidad de trabajar compulsivamente
sin a veces ser consciente de ello. Este blog, titulado VIVIR SIN TRABAJAR,
puede despertar la curiosidad del que lo vea por primera vez precisamente
debido a este nombre. Es muy probable que todo el que lea dicha frase aquí por
primera vez piense “bah! La quimera de todos, ya va a contar alguna milonga
éste o hablar de la primitiva y demás”.
Nada
más lejos de la realidad, ese sueño que todos o casi todos podemos tener, sobre
todo cada mañana cuando nos suena el despertador a las 6-7-8 de la mañana, no
es imposible en todos los casos. A base de trabajo, constancia, y esfuerzo,
estoy convencidísimo que se puede lograr. Evidentemente y huelga decirlo, no es
para nada sencillo ni inmediato, eso es obvio.
Cada
día más me encuentro con gente que busca sin cesar esta vía de escape, incluso
algunos conozco que lo han logrado. Se trata de la antítesis del trabajólico.
Depender día a día de un mercado laboral incierto, y de los caprichos de los
políticos de turno es un estrés añadido a las no fáciles vidas que no han
tocado tener.
Pero…¿y
cuánto necesitamos para dejar de trabajar? Si hacemos esa pregunta a mucha
gente, no obtendremos dos cantidades iguales. Cada cual dirá una cifra. La gran
mayoría de hecho pensará en cantidades que nos den para vivir “tirando” de
ellas. Es decir, pueden calcular “yo gasto al año 20.000 euros, y voy a vivir
unos 50 años”, pues diría 1 millón de euros. Es el cálculo más típico. Cada
cual tiene sus circunstancias, necesidades, aspiraciones, posibilidad de
hipotecas, casas, hijos, etc, etc. No se puede decir que dicha cifra siquiera
coincida para dos personas distintas. Es por esta razón que es un cálculo
personal que cada cual debe realizar para sí mismo.
Pero…¿y
el dinero hacerlo trabajar para nosotros? En ese caso no tendríamos que irnos
“fundiendo” dicha cuantía. Yo les llamo “los enanitos que trabajan para
nosotros”. Sí, en silencio, mientras dormimos, mientras comemos, mientras
respiramos. Tener ahorros y no hacerlos trabajar es una oportunidad perdida. En
muchos casos no se es consciente de ello, pero cuando te das cuenta de esta
opción, resulta clave para nuestro funcionamiento.
Volviendo
a la cifra que necesitaremos, debemos tener en cuenta las “desviaciones o
cuestiones inesperadas” que nos surjan durante la vida. Esta razón hace que la
cantidad de la que partir para tener el punto “0” de no trabajar, debe ser un
coeficiente mayor que “uno coma algo” por encima de dicha cantidad.
A
partir de aquí es un mundo todo, opciones, planes de pensiones, bolsa,
arriesgar en loterías, invertir en inmobiliario, en empresas a constituir, en
cualquier cosa que se nos ocurra que de rentas. Teniendo además en cuenta como
hemos comentado otras veces la incertidumbre que lleva el futuro de las
pensiones, hace que este tema sea imprescindible no sólo para “vivir sin
trabajar” (quizá antes de los 50 o 60), sino también para cuando superemos los
67 y el estado nos dé una patada en el culo, cuestión harto probable.
Para
hoy como ejemplo ilustrativo de la diversidad de opciones que hay en la
vida, voy a contar un caso personal que me llama mucho la atención y que me ha
hecho reflexionar sobre las opciones de vida. Vidas hay una, no olvidemos, y
cada cual debe buscar su horizonte.
Contexto:
yo soy de Sevilla, y tengo una amiga extranjera del norte de Europa. Esta amiga
vivió aquí una temporada, y embriagada del ambiente andaluz, clima, forma de
vida y carácter de la gente hace que volver a su tierra fría del norte le haya
costado un mundo. A menudo vuelve (cautivada por la tierra). En una de estas
vueltas a andalucía, se enamora de un “hippie” en una playa del sur.
Decide dar un paso importante, dejar su vida en su país de origen,
alquilar su vivienda, dejar su trabajo y venir con el “hippie”.
¿La vida que
llevan? Pues viven en una especie de caravana o rulot folclórica en una finca
“prestada” de 6 hectáreas, con caballos, sin luz, sin agua más que la de un
pozo, y en medio de la naturaleza, a pie de playa y en un entorno paradisíaco
de los que no quedan. Envidia me dio observarlo con mis propios ojos. ¿Para
sobrevivir? El chico da rutas turísticas a caballo por ese bello entorno, y la
playa a turistas, (sobre todo en verano) con lo que les da para cubrir sus
necesidades. En invierno no se cuán factible será vivir allí, pero en verano al
menos a mí me pareció todo un lujo. Pero más lujo me parece no tener horarios,
no tener la vida de la mayoría de los españolitos de a pie, sin estrés, en
naturaleza, con su huerto, su carromato convertido en “rulot”, su playa, su
ropa cómoda, desconectado de los jefes, hipotecas, y necesidades tecnológicas de
los que la mayoría dependemos. La verdad es que no me cambiaba por ellos
porque tiene sus grandes inconvenientes a los que muchos no nos
acostumbraríamos, pero como opción de vida y como “no necesidad” de grandes
dispendios económicos me pareció una opción válida como otra cualquiera.
Al fin
y al cabo en la vida deseamos la felicidad…¿quién no? y en este caso un señor
del norte de España, y una extranjera procedente de tierras frías afincados en
uno de los últimos rincones paradisíacos del sur de Andalucía con playas sin
explotar (con lo que ello conlleva) en un entorno tan maravilloso y con esa
forma de vida me ha dado mucho que pensar….
Como
decíamos, vida hay una nada más, y cada cual debe buscar la suya y lo
más cercano posible a la felicidad. El hippie y la guiri pueden haber
encontrado el suyo.
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